viernes, 20 de noviembre de 2015

Los chatas

Es realmente difícil que la ola de violencia que vivimos hoy no permee nuestras vidas cotidiana. Ya no puedo pasar por enfrente de un barber shop, entrar a una tienda en San José o pasar por un gimnasio o el Mall San Pedro sin asumir que voy a ser víctima colateral de un enfrentamiento a balazos de dos grupos que se disputan el territorio para la venta de drogas. No me puedo montar a un taxi sin estar pendiente de todos los espejos, de las conversaciones telefónicas del conductor, de sus tatuajes carcelarios, cuando manejo de noche siempre estoy pendiente de evitar rutas solitarias, me invade la paranoia cuando veo pasar motos a mi lado, si llego a chocar con porteador le pediré perdón aunque la culpa sea suya.
Los anteojos de borde blanco, las cejas sacadas, las gorras acharoladas y con la visera plana, las camisetas de equipos deportivos, el reggaetón, la bachata, el hip hop, los tatuajes hechos con maquinitas caseras del nombre de los hijos, las estrellitas marineras, las lágrimas, las cadenas de acero. Está sociedad está completamente chatificada. Y no se trata de los lugares adonde asisto, la sensación de inseguridad es mayor cuando los veo en bares u hoteles caros, ojalá rodeados de modelos y tomando grey goose, cuando coincido con ellos y los veo montarse a un Hummer inmediatamente trató de adivinar de donde vendrá la ráfaga de metrallazos.
Yo sé que no son solo ellos los que matan y mueren en líos de drogas, y por supuesto que no todo el que se viste de cierta forma o escucha determinada música es un maleante o un delincuente, sin embargo los estereotipos previenen asaltos, por eso mi instinto me dice que debo de cruzarme la calle, o evitar ciertos lugares, rehuir de algunas compañías o prevenir ciertas situaciones.
En ese punto me encuentro, ahí me han llevado las notas de sucesos, a pensar que en cualquier lugar, a plena luz del día, sin haber hecho nada para merecérmelo podría sucumbir a una bala perdida o ver algo que no debí haber visto y no llegar a contar el cuento. Incluso yo, que como persona racional entiendo que esto siempre ha pasado, que los muertos son en general personas que tomaron decisiones de vida que los llevaron a eso, que esos incidentes se dan principalmente en lugares que no frecuento, aun así vivo en mi propia narconovela, con la rotunda certeza que la policía no va a poder hacer nada por frenar organizaciones criminales que no han podido detener ni la DEA con todos sus recursos, que es una guerra que no se ha ganado en ningún lugar del mundo.
Supongo que me estoy poniendo viejo, pero cada vez disfruto de las cosas más sencillas, cada vez entiendo más que no hay nada que valga lo que mi paz, que el principal lujo que quiero permitirme es el compartir mi tiempo con la gente que quiero y vivir con tranquilidad con lo que pueda ganarme trabajando honestamente. Y los Hummers son muy feos.

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