Mi abuelo fue alcalde de Buenos Aires hace unos 50 años cuando eso era un castigo para cualquier profesional indiscreto que gusta más de las mujeres, los pleitos y el trago que del crecimiento profesional y el interés colectivo. Buenos Aires era tierra de indios, y todavía se sabe en todos los caminos que vienen desde las montañas, que en tierra de indios manda más el cacique que ningún alcalde
Y tampoco es como que se lo propusiera, en realidad Buenos Aires fue una especie de clínica de intoxicación, en donde podía amaneces en cualquier esquina albadeado de chicha sin que pesase el escrutinio de la mirada vallecentralina. Pero mi abuelo trajo un tesoro del centro, 4 hijas jóvenes y bonitas que levantaron el revuelo entre el pueblo.
Las menores eran aun niñas que a lo sumo ocasionaron problemas de niñas, pero la más grande ocasionó un problema mucho mayor, un potentado de línea Usekra había puesto sus ojos en ella y bueno… más que sus ojos, porque una pequeña indita crecía dentro del vientre blanco de mi tía.
El indio se casó enamorado, y entre su silencio de indio fue abriéndole el corazón a su mestizo retoño. Pero Buenos Aires era muy pequeño para un corazón tan grande, nacida la niña el pueblo empezó a arderle como ortiga, y los besos del indio a saberle como bebedizo amargo.
Cuando mis abuelos regresaron a San Jose mi tía volvió con ellos, los viejos se hicieron cargo de la pequeña cuando ella era más niña que la recién nacida y hacía pataletas cuando no quería ser mujer, cuando se rehusaba a ser mama y se le había olvidado como amar al cacique.
El indio se compró una casa enfrente a la de ellos para poder pedirle a diario que no le clavara esa flecha, que la dejara tocar de nuevo su rubia cabellera y decirle una vez más cuanto la quería en su tosco modo. Que por lo menos lo dejaran ver a su niña, que no lo matara como a un indio en tierra de blancos.
Pero ya era muy tarde, ya otro había entrado a su rancho y no pensaba irse así de fácil. Peñaranda tenía un galillo angelical, cantaba en el trío Costa Rica y lo había conocido una noche que se escapó a la Esmeralda. No más de verlo se rindió, ella sabia que ese iba a ser su tormento hasta el día de su muerte.
Peña le cantaba la Paloma Negra y la mataba, poco tiempo después se estaban jurando juntos y formaban un hogar con tres nuevos retoños. Su Paloma si supo ser madre, y muy madre, de estos y supo ser mujer y muy mujer, del cantante.
Consecuentemente Peña no se negaba al mundo ni a la noche y la mayor parte del tiempo no se negaba a las mujeres, esas mismas palabras que la enamoraron, enamoraron a muchas más, agarraba por su cuenta la parranda y desaparecía días enteros en otras casas y volvía alevoso a rebosarle los oídos con palabritas de amor.
Aparte de eso: la pobreza, con tres niños en edad de necesitar y un salario de cantante que se dividía entre los hijos, el trago y sus desapariciones. Un verdadero apostolado de amor cuando recordaba que las tierras del indio alcanzaban desde la cerca hasta donde se acababa la vista y este nunca escatimo en detalles para hacerla sentir como su reina.
Pero el amor es así de cabrón y nada la hacía sentir tan plena como cuando entraba un: sol, do, re, sol, re
Y bueno, la vida no era fácil pero era vida, al fin y al cabo de que sirve la estabilidad cuando no se desea. Pero aun así a ratos quería escapar y a veces el agua se derramaba del vaso y esas puertas se cerraban para Peña pero se abrían para todos los demás.
Nunca vi a nadie manejar de mejor forma su dolor, cada vez que se peleaban lo echaba de la casa para siempre y se inventaba una fiesta, solo caía una llamada y ya uno sabia que tocaba la fiesta. No más cruzar la puerta te llegaba el olor a tequila y se te metía Jose Alfredo por los oídos.
En los ceniceros no cabían los cigarros, al tocadiscos se le ponía dos monedas de diez para que no brincara la aguja y siguiera sonando el “No volveré”, era lunes, martes, miércoles, no importaba, hoy se celebraba que a la Macha se le fue su cruz y ya por fin la cosa iba para mejor.
Pero en eso sonaba el teléfono y- como no se hablaban- el nada más le cantaba, y como eso no siempre servía, desde la acera empezaba a sonar un requinto y un galillo de querubín que le pedía a la Paloma que no se vaya, y ella era fuerte, pero no tanto.
Por dicha no se acababa el tequila sino que ahora era con música en vivo, de repente la casa se llenaba más de uniformados y las guitarras pasaban de mano en mano y las canciones se iban muriendo con el sol mientras que en un sillón placían abrazados el mariachi y la paloma.
Y al mes siguiente otra vieja, otro pleito, otra fiesta, otra borrachera, otra llamada, otra serenata, otra Paloma, otro beso y otras promesas por cumplir.
Claramente todo el mundo lo odiaba, incluso cuando el paso del tiempo lo obligo a bajar el ritmo y a desaparecer menos a menudo. Ya llevaban 30 años juntos pero nadie creía en que eso fuera algo serio. Era algo serio, se llamaba amor.
En un sobre de manila en la gaveta de al lado de la cama encontraron desglosado el monto por un ataúd barato, un cortejo fúnebre moderado y un pequeño extra para gastos de ese día; al lado, la Paloma a la que le exploto el corazón de tanto latir.
A Peña no se le volvió a ver durante todo este proceso, desapareció como llegó, por la noche. Una iglesia llena vio salir a mi tía en hombros sin que la acompañara el amor de su vida, por primera vez desde que era mujer estaba sola. La colocamos en el mismo nicho que a mis abuelos, encontró consuelo entre papá y mamá.
Cuando se prestaban a cerrar con concreto la fosa se escucho desde el fondo un nuevo:
sol, do, re, sol, re
“Ya me canso de llorar y no amanece
ya no se si maldecirte o por ti rezar.
Tengo miedo de buscarte y de encontrarte
donde me aseguran mis amigos que te vas.
Hay momentos en que quisiera mejor rajarme
y arrancarme ya los clavos de mi penar.
Pero mis ojos se mueren sin mirar tus ojos
y mi cariño con la aurora te vuelve a esperar.”
Peñaranda apareció impecable, con el traje dignamente planchado, la barba recién hecha y cantado al lado de sus otros dos mosqueteros, cuanto trato de entonar las primeras palabras se le quebró la voz cual si hubiera caído del ultimo piso de Saturno, su hermano trato de acudir al rescate pero una mano le hizo entender que ese era su trabajo, que nadie más debería nuca cantarle Paloma Negra a su mujer.
El ultimo ladrillo sello finalmente el destino entre los dos. Que la melancolía no los engañe, esta es básicamente una historia de conflictos, dependencias, infidelidades, alcoholismo, pobreza y muchos otros tipos de vicios sociales, pero ya con un par de tragos encima y cuando la canción dice aquello de “Dios dame fuerzas, que estoy muriendo por irte a buscar “uno se pone a pensar que el amor no es sino el más placentero, adictivo y destructivo de todos los buenos vicios.
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5 comentarios:
Mi mejor lectura dominical.
Qué decir? Como siempre hermoso.
Que Cabron que es el amor !!!!
"..al fin y al cabo de que sirve la estabilidad cuando no se desea.."
Tu pluma está fina, cada vez más. Excelente.
¿Qué pasó con el indio y las chamacas?
Lo que paso en los años posteriores a esta muerte es una historia aparte que en algun momento escribire, es realmente un asunto pronomiserico que incluye todos esos personajes...
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