Aunque no suene creíble, yo forme parte de la Comisión Panamericana para el combate contra la Pandemia de Influenza.
Para los que no me conocen debo aclarar, con un importante componente de vergüenza, que soy periodista y actualmente trabajo para un organismo del estado, en mi condición me convocaron a reunirme un 25 de noviembre a las 8 de la mañana en un salón de un hotel capitalino. De nuevo, para los que no me conocen, mi cumpleaños es el 24 de noviembre.
El día anterior nos reunimos un bonito grupo de amigos y nos metimos una de esas borracheras que dejan cicatrices en el hígado, una fiesta agresiva hasta las 4 de la mañana por casi todos los bares abiertos, a la mañana siguiente mi sistema nervioso central estaba colapsado.
Llegue casi una hora tarde y me senté lo más lejos posible de mis bien dormidos colegas, me serví un vaso de agua helada del metálico pichel que me habían colocado al frente, prácticamente podía sentir un corazón alterno latiendo en cada sien mientras me presentaba ante el grupo.
La consultoría la pagaba la Organización Panamericana de la Salud y la impartía una conocida y desparecida figura de la televisión que trataba de integrar con sus chistes a un grupo de funcionarios que a diferencia mía agradecían el día fuera de la oficina y el Cordon Bleu de pollo.
Me serví el segundo vaso, parecía que el agua evitaba mi lengua como yo el matrimonio, sentía la boca como si me hubiera tomado una candela, me serví el tercer vaso de agua. Comenzaron hablando de los alcances de esta pandemia de gripe aviar (en realidad en cualquier caso es humana), al principio parecía una gripe normal pero yo sabia que en algún punto eso tenía que tomar proporciones apocalípticas.
Con mis ojos avinagrados divisaba afuera de las puertas de vidrio un delicioso bar frente a la piscina, originalmente en preparativos pero según fue avanzando la mañana lleno de ejecutivos con disponibilidad de tiempo con sus bloody mary y sus gin tonics viendo la Eurocopa.
En un momento el paisaje se puso caótico, empezamos a contar los posibles muertos por miles, las ciudades colapsaban, los niños con sus últimas fuerzas se espantaban las moscas de sus agobiadas caritas, se cerraban los aeropuertos, la gente veía sus rostros perderse detrás de mascaras protectoras que poco hacían para detener la mortal pandemia (que es más que epidemia según aprendí).
Afuera se detiene un penal, se escucha el sonido de las copas chocar, las risas estridentes, la caída de los cubos de hielo indica que es tiempo de otro g&t. Adentro, se detienen el transito aéreo, se escucha el sonido de los automóviles chocando para alejarse desesperadamente de la zona, los alaridos alarmantes, la caída de la bolsa indica que si sobrevivimos enfrentaremos la crisis económica.
Se realiza un inventario detallado de los medios a nuestro alcance. Yo puedo aportar un hígado goteante, ojos conservados en balsámico, manos descarapeladas y amarillas, una mañana sin esperanzas de terminar y un resumen de las incidencias del juego de afuera.
Nos advierten de la posibilidad, bueno, ya no de la posibilidad sino de la seguridad que vengan a tocar nuestras puertas en horas de la madrugada y nos lleven en un traje de esos como los que usaba Aldrin y Amstrong, nos trasladaran a un comando central desde donde no tenderíamos mayor contacto con nuestras familias hasta que lográramos derrotar a Godzilla.
Los síntomas de la temida enfermedad nos fueron finalmente revelados, la influenza produce estornudos con sensación de resfriado, fiebre alta de hasta 39 °C, cansancio intenso con dolores musculares y articulares. El malestar general suele provocar el encamamiento del paciente durante dos o tres días, con dolores musculares generalizados, fluido nasal e irritación ocular. Ósea, gripe.
En ese momento sentía que los ojos se me ponían verdes, si estos hijueputas entendieran por lo que yo estaba pasando no me harían esto, mi calor corporal debía estar rebasando el millón de grados centígrados, había dormido 20 minutos y estaba más cansado que Forrest Gump, de haber tenido músculos estoy seguro que me dolerían, que putas saben ustedes de irritación ocular y fluidos nasales!!!!!
Levanté la mano y pregunté: “¿Perdón, seguimos hablando de gripe?”. Las señoras indignadas se rasgaban las vestiduras, obviamente yo no entendía la gravedad de esa inminente urgencia, el moderador me explicaba que en España murieron como un millón de personas a principio de siglo por esto, que las poblaciones más vulnerables son los niños y los ancianos, que los hospitales colapsarían, que en los circos crecerían los enanos y las mujeres se volverían irremediablemente frígidas, o mil cosas más para asustarme.
Admito que nunca he sido un hambre de ciencia: bloquee el discovery channel porque me estorbaba entre el 11 y el de las novelas mexicanas, siempre he creído que los inventores más brillantes están trabajando en la industria de los cepillos de dientes porque crean un aparato maravillosamente innovador cada corte comercial y conozco a Einstein por su peinado a Newton por la manzana y a Hawking por los Simpson.
Sin embargo esto no me calzaba en mi paradigma, continúe diciendo que entendía perfectamente que ellos tenían que justificar sus presupuestos anuales pero que la próxima vez que quisieran inventar un fenómeno de este tipo, 4 jinetes voladores son siempre llamativos. Les rogué que la próxima reunión se olvidaran de invitarme o les iba a toser y después los iba a abrazar, cruce la puerta de vidrio y me pedí un gin & tonic.
No fue difícil demostrarle a mis jefes que mi rabieta fue justificada, con solo ver la carpeta llena de dibujos infantiles y advirtiendo medidas de seguridad que de todas formas debían de aplicarse ¿O fue necesario un contagio masivo para aprender a lavarnos las manos? Me dieron luz verde para renunciar a la comisión bajo la acusación de fatalistas escandalosos.
Como se podrán imaginar fue extraño ver los cientos de enfermos en México, las personas con máscaras, los países negándole la entrada a los aztecas, Obama llamando a conferencia de prensa urgente y el decreto de pandemia. Ya se lo que nunca me volverá a pasar, nunca volveré a ser parte de la minoría racional.
Me di cuenta que se siente muy bien decir “te lo dije” después de ser tachado como el loco apocalíptico, por eso la historia recuerda a Moisés y Jesus; y se olvidara de todos nosotros los que creemos que las personas no regresan de la muerte y no estaríamos dispuestos a vagar 40 años en el desierto ni por encontrar la tierra de las vaginas y la miel.
Al fin y al cabo, el alarmismo y la estupidez también llegan a ser pandémicos.
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1 comentario:
Excelente y hago un mea culpa por caer un poco en este jueguito de la conspiranoia, me da pena pero lo admito.
Saludos.
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