viernes, 13 de febrero de 2009

μιλοζ, colillas de cigarro y papel para fumar

Ioannina (Ιωάννινα) es la región de Grecia en donde se puede conseguir la mejor joyería de plata, tiene un bello pasaje más allá de las antiguas murallas de la ciudad, esta barrera de influencia otomana que recordaban los gloriosos años de Ali Pachá. La ciudad como hoy se conoce fue fundada en el siglo IV por Justiniano, paso por las manos de normandos, venecianos, albaneses, serbios, latinos y turcos, era especialmente reconocida por ser la cuna de los antepasados de Jennifer Aniston (Yannis Anastassakis), la Rachel de Friends y ex esposa de Brad Pitt quien irónicamente se convirtió en el Talón de Aquiles de la Ilíada Homérica.
Salimos del puerto de Elefsis de noche, con un frio de la gran puta, saque un café que parecía ser de la maquina de Nescafe, pero siendo absolutamente ciertos era de νεξκαΦε, el idioma no alteró en nada la lamentable calidad del café, me comí el último gyro de mi vida y le dije efgaristo a esa temporada helénica.
Había cruzado Grecia mientras realizaba mi tesis de Maestría en Humanidades, durante los días era estudiante, durante las noches gato negro, gitaneamos el territorio como quien cultiva naranjas¸ desde las altas cumbres olímpicas, pasando por las cantinas de pescadores en Hydra, por los resort de esquí en Metzobo, hasta los monasterios en las altas cumbres de las maravillosas Meteoras.
Abordamos un barco inmenso y muy viejo hacia Brindissi en Italia, deje mis cosas en el camarote que compartía con un tutor y un par de compañeros de estudio, después de tomarme un par de ouzos busque la superficie.
Siempre tuve una fijación con eso de estar recibiendo el viento en la borda mientras se ve alejar la costa que posiblemente no se volverá a pisar, mis compañeros se quedaron apaciblemente durmiendo mientras yo fui a soportar el viento frio del mar Jónico.
La cubierta estaba maravillosamente “casi sola”, encendí un cigarro y me acerque con el motivo de ser notado sin forzar un encuentro, Una pelirroja, alta y guapa con chaqueta roída y ojos de “arrepentida de mentiritas” se fumaba un porro en papel de arroz a unos 10 pasos de la mesa de formica blanca en que me había sentado.
Noto mi presencia y se me acercó, me dijo en inglés:
-Dicen que en Brindissi hay un lugar que se llama Sotto le Stelle que vende μιλοζ, por si te llega a hacer falta y no pensás volver.
-No creo que me vaya a hacer falta y me encantaría volver- dije con un forzado acento latino para el inglés, como de profesor de salsa en Cocobongo.
Me preguntó de donde venía, le dije Costa Rica, me preguntó que donde era eso (naturalmente), luego de mucho esfuerzo la situé en esa Latinoamérica imaginaria en donde todos bailamos tango, tomamos tequila y jugamos futbol como Maradona.
Ella se llamaba Lou y era neozelandesa, intentó a continuación explicarme donde quedaba eso, uso de referencia Australia, yo le dije que había visto el Señor de los Anillos y eso nos facilitó el camino a una conversación más interesante.
Me preguntó si era cierto que los latinos éramos amantes legendarios le dije que no sabía que no me había tocado amanecer con un hombre latino y que tampoco estaba tan interesado en averiguarlo, que si por su parte ella quería investigar al respecto, con todo gusto podría experimentar con este, uno de los peores ejemplares de mi especie
Con un esplendido sentido de la oportunidad apareció entonces Jaime, un compañero de la maestría, un hombre que era estricto producto de su Alajuelita, su Lencho Salazar y su Chinchibi, no sabía decir una palabra en ingles pero se sentía en necesidad de acompañar nuestra conversación utilizándome como su traductor.
Tuve que repasar el tema de Costa Rica - Nueva Zelanda, le dijo a través mío que éramos un país de paz, con mucha ecología y esas cosas que en este momento me dan un poco de vergüenza. El cabrón hablaba como si fuera Tonto, el amigo del llanero solitario, no conjugaba los verbos y gestualizaba cada palabra, lo malo es que me hablaba a mi que era quien servía de puente entre ingles y subnormal.
Ella empezó a decirme que los Neozelandeses eran pésimos polvos y que a las neozelandesas les gustaba mucho el “sex in the bump”, el pendejo me preguntaba que estaba diciendo ella.
-Que hicieron el Señor de los Anillos ahí, Jaime.
Seguía ella- Esos griegos creen que son geniales pero no les gusta comer concha
-¿Qué dijo?- Que ojala podamos conocer algún día Nueva Zelanda.
-Dígale que las muchachas de ahí son muy bonitas- sonreía Jaime.
-Dice que tiene que irse porque se acaba de venir en sus pantalones.
Lo tome del brazo y le explique que se tenía que ir, que me estaba poniendo las cosas difíciles y que yo estaba firme y en alto como la Torre Ghirlandina, finalmente accedió pero me dijo que no tenía llaves, tuve que bajar a abrirle y regrese con un par de condones que recogí de la maleta de mano y volví presuroso.
Lou se había levantado, camine hacia ella y le puse la mano en la cintura, ella se volteo salvajemente y empezó a… llorar sobre mi hombro, si, empezó a llorar sobre mi hombro. Yo estaba tratando de recordar que pude haber hecho para ofender de esta manera a los Dioses Olímpicos pero no se me ocurría nada, finalmente nos sentamos y ella me contó su historia.
Lou trabajaba de mesera en un bar de Ëpiro, llegó ahí después de un extraño peregrinar desde su Oceanía natal, el bar era de un griego cuarentón llamado Marko, esos de pelos en el pecho y quijada filosa, estaba casado con Sila, una joven 10 años menor que le ayudaba a manejar el bar.
Los horarios nocturnos y la complicidad del pecado los llevó inexorablemente a rodar por una calle muy conocida. Un día barría con las luces encendidas y las sillas sobre la mesa cuando sintió una mano que la tomaba de la cintura, con carne trémula dejo caer su melena de fuego hacia atrás mientras sentía unos labios que la devoraban caminando hacia el nudo del delantal.
Rodaron por el suelo entre chingas de cigarro, cervezas derramadas y miles de malos pasos, ellos sabía que eso no podía estar mal, que nada de eso era un error sino una bella decisión con un par de tontas condiciones.
Se recogió el cabello, besó a Sila en los labios y se retiro.
Cada mañana Lou se sacudía las colillas del cabello y continuaba, hasta que un día supo que eso no podía seguir y decidió tomar un barco a Italia.
-Por eso te preguntaba ¿Como cogen los latinos? No puedo darme el lujo de un mal polvo después de eso, necesito que me cojan de aquí a que se me olvide Sila- Me dijo mientras me temblaba el labio.
Esa noche la pase en el camarote de Lou, tratando de voltear el barco, hundiéndonos en el Jónico, dejando atrás el golfo de Corinto con todo y Sila, ella se durmió después de fumarse un rollie, yo me vestí, y me fui a mi camarote, cuando la vi bajarse al día siguiente le di la espalda y me monte en mi bus.
Las calles de Brindissi son un poco caóticas, un poco peligrosas, uno da un vuelta equivocada a la esquina y puede terminar en manos de la Camorra… Cuando cayó la noche fui al Sotto le Stelle, encendi un cigarrillo y pedi una μιλοζ con ojos de “arrepentirme de mentiritas”.

7 comentarios:

César B. dijo...

Azofeifa está es una de las mejores que te han salido, me refiero al artículo, no sé lo de Lou porque lo dejaste en puntos suspensivos.

Fenomenal, repito, fenomenal.

Ah! y ese compa tuyo de maestría tendrá siempre en mi imaginación la apariencia de Scritch el de "Salvado por la Campana" ¡que jetas que es!

Meminho dijo...

Este es el típico caso de ¨uno muy, uno muy...¨ y no añado más...me voy a comer concha.

Azopfeiffer dijo...

Provecho

César González dijo...

pedazo de desgraciado. Tenés pluma.

brujadelmar dijo...

:)

Sathyr dijo...

Muy buena historia !
A k sabe la μιλοζ por alla ?

Azopfeiffer dijo...

Como a concha, más o menos