martes, 1 de junio de 2010

la equivocada

Yo conozco a esa mujer de la que está usted hablando.

Y perdone que me meta en lo que usted considera que no me importa pero la verdad es que si me importa porque yo conozco a esa mujer, es más yo estuve enamorado de esa mujer.

Le puedo decir incluso que no hace tanto tiempo me cansaba el pensamiento entre mis debilidades y sus perversidades, le puedo decir que no hace tanto todavía esperaba su llamada; mierda todavía la espero.

La conocí casi de niña, se me metió en un ojo como partícula de polvo y como partícula de polvo me hizo inexorablemente llorar, y luego se metió en el corazón como un soplo y como un soplo intentó llevarme a la muerte con cada esfuerzo que hacía por retenerla.

Al poco tiempo aprendí entonces a no retenerla, con mi corazón enfermo me resigne a sentarme y esperarla. Tejiendo deudas y noches en velas, aguardando como merodeador a que saliera de su claustro de amor ajeno; porque esa mujer si que sabía amar, únicamente que no a mi y notoriamente a usted tampoco.

Y ella regresaba a veces y cada vez que dejábamos de vernos era un adiós, a veces nos decíamos adiós al saludarnos, funerarios como la palabra cáncer. Hay que ser muy hombre para aceptar la muerte mil veces, no es cualquier bobalicón como usted que tiene que venir a sentarse en una barra a que sus amiguitos le limpien le saquen la arena de la vagina y le echen la culpa a ella, como si ella tuviera tiempo que perder con buenos para nada como usted.

De rodillas debería agradecer que se hay fijado en un novillero como usted, ha venido perdiendo su buen gusto desde que me dejó. Y es que lo triste es que no puedo siquiera decir que me dejara si para eso había que estar, ella era etérea como el concepto de Dios, era una vana aspiración basada cuando mejor en el optimismo.

Tal vez era distinta de día, no podría asegurarlo, mi horario era nocturno como celador o puta. Yo en el día era alguien, me bañaba y afeitaba, por ahí me decía de vez en cuando Don; pero en la noche me disfrazaba de victima como el zapato colgado del alambre telefónico que tengo al frente. Mi diferencia es que yo ya no me quejo.

No me quejo porque al menos a ratos tuve la mejor mujer de todas, una mujer escalofriante, precisa como resonancia magnética, una mujer que rejuvenece con shangri la pero mata como el cigarrillo, como un buen cigarrillo. Ella no era para dormir la siesta en su monte de Venus, para que te cuide las comidas o contarle los problemas de oficina; usted quizás no entendió lo que valía su tiempo, el tiempo es la materia prima de la vida y ella era la mismísima vida en arial 12 a espacio y medio.

En algún momento renegué de ella pero seguía apareciendo, yo decidí no hacerle más caso pero aparecía persistentemente disfrazada, con otro pelo, con otra bebida en la mano y con aliento a un tabaco diferente… pero vos sabías que era la misma, esa sensación es irrepetible. Era la misma en cada caso: la que me robo el pudor cuando adolescente, la que me sacó las primeras canas, la que puso mi ropa en bolsas de basura con olor a limón, por la que me pelee con mis amigos, la que me hizo pasarme el futuro por la nariz y la jareta

Era la misma lo juro porque solo se ama así una vez, le preguntaba su nombre cada vez porque había bebido y se me olvidan las cosas, ella me preguntaba mi nombre cada vez porque no podía ocupar su cabeza en levedades como yo.

Entre esas piernas vi pasar mi estabilidad, las promesas que me hice cuando niño, el perro lanudo en el jardín y la oficina con aire acondicionado; me distraje con ella y me perdí el final de la novela, me bebí el dinero de la colegiatura de mis hijos, me atropellaron tres décadas a velocidad temeraria y con unos tragos en la cabeza.

Yo también quería insultarla, la quería reputear, ir a su casa borracho o llevarle serenatas, decirle que sin ella me muero o dedicarle dos canciones; dichosamente nunca supe como ubicarla. No crea que no lloré en algún momento, lloré todas las lágrimas que me quedaban, se me gastaron todas. Pero ella me transmitió su capacidad de hacer llorar a otras como le fue en algún momento a ella transmitida por el hijo de puta que le enseño todo eso, todo eso que solo me deja dormir con pastillas.

La reconocí cuando la nombró -la equivocada- también responde al nombre de la ajena y algunos otros epítetos que ya no les permito.

En el fondo se que me extraña, jamás con la misma intensidad que la extraño yo –naturalmente- yo siempre la quise mucho más. Sin embargo le reconozco que ella siempre contó con muchas más opciones y decidía buscarme a mi y no por mi billetera ni mi buen físico, sin razón alguna me escogía a mi.

Usted dirá que no me importa pero ella me importa, y solo le advierto una cosa: límpiese la boca antes de volver a mentarla, porque siempre tuvo en mi un hombre que de la cara por ella.