Una de las cosas feas de la vida es cuando tu percepción sentimental es mucho más fuerte que la realidad, es como el rechazo en verbo pasado.
Es cabrón cuando imprudentemente se siente algo por una persona y nada llega a pasar, te quedas sin siquiera el consuelo del amor fracasado o de la noche pecadora, y eso sin embargo no repara el daño de ausencia o atenúa el hecho que sí te gustaba o que te llamaba la atención más de lo normal.
Lo triste del caso es que esto no remonta a ninguna experiencia reciente, simplemente recordé mujeres que no veo hace años, que solo las redes sociales de internet te mantiene con pista de ellas.
Pues si Albert Hammond le dedico su canción “A las mujeres que él amo”, yo le dedico un pequeño homenajito a todas las mujeres que nunca ame.
No se perdieron de mucho se los aseguro, pero quien quita un quite, por ahí y les salía mejor de lo que parezco, tal vez y cambio mis terquedades y mi delirio de deidad y me vuelvo alguien más humano y humilde.
No presumo de mis habilidades sexuales, pero el sexo siempre es rico cuando se hace con tiempo y ganas… y un poquito de colmillo. Cuando toda esa curiosidad y ansiedad desenlazan en un tributo excitado, púbico y sudoroso a las Olimpiadas, cruzando la línea de meta con las manos en bajo y los ojos en blanco; lanzando la jabalina hasta donde se pierde la vista, cerca del pebetero; luchando por terminar la maratón de últimos, ojala cuatro años después.
No se si nos habríamos quedado juntos, lo más probable es que no, que al tiempo se me fuera olvidando como me siento ahora y que vos vayas recordando como me ves en este momento y quedemos como tristes amigos que ya ni se imaginan chingos.
O al rato nos peleábamos siempre y terminábamos odiándonos, estorbándonos solo para joder y apareciéndonos mojados cada que hace sol a las 2:30 de la mañana, con dos vasos plásticos de “me vale mierda” y medio 34 servido en la tapa del tarro.
Uno nunca sabe y al final nos enamoramos, o me enamoro yo y vos no, o hasta te enamorés vos y yo mas o menos, tal vez visitemos familiares o nos lavemos ropa, podríamos hasta co afitrionar una mesa de tragos o pasar tres días tocándonos frente a la pantalla de ajustes de una película en DVD.
Lo cierto del caso es que no lo sabemos y lo más probable es que ya nunca lo vamos a saber, y tenga yo que seguir luchando con la extrañeza de pensar épocas y personas irrelevantes, preguntándome si en algún momento me viste con otros ojos (ojos de guaro aunque sean) pero con ganitas cocktaileadas al borde de un terminal error de juicio que te habría agradecido mucho.
Normalmente hoy las veo con algún carajo a la par, felices, creciendo en la vida, plenas, maduras, algunas con un poco más de “bendiciones” que las que querría; y en el fondo me siento bien conmigo porque se que yo escogí bien… aunque ustedes no me hayan escogido a mi.
miércoles, 1 de julio de 2009
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